sábado, 8 de abril de 2017

CONRAD, Joseph, “El corazón de las tinieblas y otros relatos” Valdemar, Madrid, 2006.





   Tres relatos. En “Juventud”, Marlow cuenta su primera expedición a Oriente. El viaje estuvo lleno de avatares y acabó con un incendio a bordo que dio al traste con todo aunque, efectivamente él llegara a Oriente en unas pequeñas lanchas de salvamento que permitieron eso, salvar a la escasa tripulación que viajaba en ese barco decrépito, al mando del no menos decrépito capitán Beard. El barco se llamaba Judea, había estado mucho tiempo en una dársena y, lógicamente estaba ”roñoso y lleno de polvo”. El viaje es toda una metáfora de la iniciación a la vida en la que todo vale y sólo cuentan los objetivos, el instinto y fuerza que mueven al individuo a conseguirlos. Puede reflejar la reconstrucción de la experiencia personal de Conrad, aunque ésta fuera bastante más austera que la que se plasma en el cuento, en la que el protagonista, -Marlow-, consigue el objetivo de llegar a Oriente, aunque en el camino haya perecido el Judea, quedando sepultado después de un tremendo incendio en alta mar. Después, ya con cuarenta y dos años, Marlow reflexionará sobre este viaje y recordará que en su juventud, aquel barco significó mucho más de lo que en realidad era, un barco desvencijado que transportaba carbón por aquellos caminos de Dios.

   En “El corazón de las tinieblas”, Marlow recordará otro viaje bien distinto, aquel que le llevará a lo más profundo de África y del ser humano, aquel que le pondrá en contacto con lo más salvaje, primitivo y auténtico de la jungla africana y del individuo. Este individuo tiene un nombre, -Mr. Kurtz-, y siendo inglés de nacimiento se adentró y perdió por aquellas selvas buscando la satisfacción de una ambición material, -el marfil- hasta perder la razón cuando entra en contacto con el misterio de la vida en su lado más oscuro y salvaje ("Apocalispsis Now") y convertirse en una especie de reyezuelo déspota y miserable, temido y adorado por los indígenas y extraño ya para los hombres de la compañía inglesa para la que trabajaba. Marlow, contratado por esta compañía  afincada en la zona, será el encargado de guiar un barco por el río Congo, en el que adentrándose en plena jungla y misterio recogerá a este individuo en las cataratas Stanley para que muera ¿dignamente? fuera de todo ese mundo que prácticamente le ha hecho perder la razón.

   Este segundo cuento resulta absolutamente críptico y, por tanto, interpretable desde diversos puntos de vista. Narrativamente es de comprensión difícil, no resultando clara la historia y mucho menos la del atormentado y siniestro Kurtz. Priman las continuas reflexiones y digresiones de Marlow y la lectura se hace severa y difícil. Queda, eso sí, la convicción de Conrad de que “la barbarie es vida, mientras que el proceso de la propia civilización es muerte”. La seguridad de este pensamiento lleva a Kurtz a la locura y a Marlow a la continua reflexión en ese viaje en el que descubre la maldita herencia de la civilización. Londres significa la luz y la civilización pero Kurtz primero y Marlow después descubrirán que la auténtica luz no está sino en el corazón del África central donde todo se encuentra en un estado primitivo. El viaje de Marlow no es sino un viaje hacia la historia, hacia el origen:”Éramos vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía todo el aspecto de pertenecer a un planeta desconocido”.

   No hay que descuidar, además, la crítica abierta de Conrad a la vil explotación económica que el rey Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo en el Congo a finales del S.XIX, quien organizó un sistema que sólo podía traer como resultado la aniquilación de un importante número de población indígena. El mismo rey que decidió que quería sólo para él una buena porción de todas las delicias que prometía el continente africano.

   En “En la últimas” nos presenta Conrad a un capitán de barco, llamado Whalley, que cuenta ya con setenta años y que está por tanto en plena vejez. Físicamente es un hombre imponente, apuesto y elegante que rebosa salud, y psicológicamente es un hombre honrado con un acendrado sentido de la dignidad. Viudo, tiene una hija en Australia a la que adora y por la que daría la vida. Whalley ha sufrido un revés económico, ha perdido todo su dinero y sólo le queda el barco. Cuando su hija le pide ayuda económica para sacar adelante a su familia, él no duda en vender lo único que le queda para enviarle el dinero que le ha solicitado. Lo que le sobra lo invertirá en un contrato con un naviero canalla, -Mr. Massy-, mediante el cual trabajará como capitán durante tres años, al final de los cuales le devolverá las quinientas libras, -todo lo que le queda-, que le presta. Cuando pase ese tiempo, ese dinero irá íntegramente a las manos de su hija.

   Ya como capitán del Sofala, -que así se llama el barco-, irá bordeando la costa occidental de la península de Malaca (actuales Birmania, Singapur, Tailandia...). En este tiempo conoce a Mr. Van Wyk, un holandés productor de tabaco, que se ha establecido en la jungla y que rápidamente sabe valorar la calidad humana de Whalley. Se harán amigos y el capitán le cuenta su drama: se está quedando ciego y como el miserable Massy lo descubra, rescindirá el contrato y él se quedara no sólo sin trabajo sino sin el dinero que tan celosamente está guardando para su hija como última ayuda. Por otro lado, sabemos que el segundo oficial del barco, -llamado Sterne-, lo ha descubierto y está intrigando para contárselo al naviero porque quiere él ocupar el puesto de Whalley. El viejo capitán, pues, al final de su vida tiene que recorrer un camino duro en el que todos los que le rodean quieren hundirle...Malos tiempos para la buena gente. El final se precipita cuando Massy decide hundir su propio barco provocando un naufragio, para no tener que devolverle las quinientas libras y cobrar él la póliza del seguro. Lo consigue colocando una chaqueta, con los bolsillos repletos de trozos de hierro, al lado de la aguja de marear, para cambiar así el rumbo del barco sin que nadie se dé cuenta. Whalley, ciego ya, descubre el sabotaje demasiado tarde, instantes antes de que se estrelle contra unos arrecifes. Todos saltan a una lancha y, en el último momento, Whalley se siente abandonado por Dios. Sí, había mentido en el contrato por su amor de padre, había engañado, y entonces toma conciencia de que no tiene nada; acaba de  perder las quinientas libras que guardaba para que su hija pudiera ser un poco feliz; está completamente ciego y le ha abandonado hasta su propio pasado honroso, siempre fiel a la verdad; “su vida inmaculada se había despeñado en un abismo”. Es el momento en que decide hundirse con el barco.

   Sabremos que, después de la investigación, Massy ha cobrado su seguro y se ha marchado a Manila a gastárselo en su pasión: el juego. Mr. Van Wyk sabrá lo ocurrido por el propio Sterne y conoceremos, por fin, a la hija de Whalley quien recibe una carta de un abogado junto con otra de su propio padre en la que ambos le comunican su muerte. Ella, agotada por una vida de miseria y privaciones, parece no poder sentir demasiadas emociones. Final tristísimo.

   El libro en su conjunto es duro. En cualquiera de los tres cuentos hay mucho más de lo que presenta la historia. El lector tiene la sensación de que hay mucha metáfora escondida de la que no puede prescindir si no quiere hacer una lectura simple. Conrad presenta una profunda reflexión sobre el ser humano, sobre la civilización, sobre el advenimiento de nuevos tiempos y la definitiva muerte de otros. Ante todo ello brota el pesimismo, la desconfianza en el hombre y la evidencia de sus miserias y limitaciones.

   “El protagonista cruzaba la vacía soledad de los mares en el primer relato, se internaba en un río lleno de escollos y meandros en el segundo, un río en el que a pesar de las orillas ya no resultaba imposible perderse, y llegaba a la vejez para recorrer una ruta que se sabía de memoria, pero que estaba llena de islas traicioneras y arrecifes ocultos” (p.31 del prólogo)

   Muy recomendable.


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