lunes, 24 de abril de 2017

GIRALT TORRENTE, Marcos, Tiempo de vida, Anagrama, Barcelona, 2010.




   Un hijo habla de su padre cuando éste ha muerto. Tema universal, porque si bien no todos los hombres son padres, todos son hijos y, además eso que se llama “ley de vida” hace que una gran mayoría asistamos a la muerte de nuestro padre. Quizá la universalidad del tema de esta novela,-si es que es una novela-, explica por qué no aparecen nombres propios en ella, contribuyendo así a que cualquier lector se identifique o se proyecte en ella además de,-suponemos-, para preservar el anonimato de sus personajes. A la muerte de su padre han escrito muchos autores y el propio Marcos Giralt Torres nos da algunos títulos que él leyó cuando murió el suyo, como el de Kafka, Pamuk, Simenon, Simone de Beauvoir o Hector Abad, sin embargo, éste resulta muy especial.

   En absoluto es necesario saberlo para la comprensión del libro y en nada cambia su lectura, pero si puede aportar alguna luz que sepamos que Marcos Giralt Torrente es hijo del importante pintor español Juan Giralt, -formado en la década de los setenta y con una importante obra realizada hasta el momento de su muerte en febrero de 2007-, y nieto del escritor G. Torrente Ballester.

   Narrado en primera persona,-como no podía ser de otra forma-, el autor y narrador hablan de la relación complicada que mantuvo con su padre hasta el momento en que la gravedad de un cáncer les hizo ver que no les quedaba mucho tiempo de vida en común. En ese momento todo empieza a cambiar y es aproximadamente un año más tarde de su muerte cuando decide escribir este libro. Esas dos etapas marcan implícitamente dos partes en el libro. En la primera hay un continuo “yo acuso” hacia la figura de un padre que, salvo en los primeros años de la infancia, siempre estuvo ausente, y con el que mantuvo una relación intermitente plagada de desencuentros a partir del momento en que se separa de su madre y se deja influir por una nueva pareja. Hay en el narrador rencor, rebeldía, resentimiento. Le acusa “de no verme lo suficiente, de no llamarme lo suficiente, de no acordarse de mis cumpleaños, de no hacerme regalos, de desaparecer cuando sabe que las cosas a mi madre y a mí nos van mal, de veranear y viajar cuando yo no veraneo ni viajo, de incumplir sus promesas, de considerar que tiene más razones para quejarse que yo, de creerse disculpado por ellas, de conformarse, de pretender que yo asuma sus renuncias, de verme a escondidas, de regalarme cosas a escondidas, de delegar en mi madre todo lo que a mí respecta...”. La lista de agravios es muy larga y, sobre todo, no comprende por qué las cosas discurrieron así ni por qué su padre se plegaba a todo lo que su nueva mujer le decía en detrimento de él. Sin embargo quiere profundamente a su padre y siente por él una gran admiración hasta el punto de que se compara con él y dice haberse quedado con lo peor pese a que tienen mucho en común: los dos melancólicos, coléricos, tímidos, inseguros, sentimentales, escépticos, pesimistas, solitarios, sobrios, estoicos, soñadores, cariñosos, vulnerables, compasivos...pero “él más hedonista, más desprejuiciado, más curioso, más voraz, más viril; yo más dúctil, más camaleónico, más resabiado, más fuerte, más capaz, más independiente. Menos herido”. Es una continua confrontación de amor y odio, de deseo y rechazo, en definitiva lo que quiere es sentirse querido por él y que se lo demuestre.

   Mientras, la segunda parte es claramente distinta. Concentrada en un período de tiempo mucho más breve, la narración es también más demorada, más intensa y profunda. La enfermedad les une lentamente. Desde el principio se acercará al padre y van limándose los desencuentros. Los sentimientos y las situaciones son minuciosamente analizados y parece que el hijo empieza a comprender. Es en ese momento cuando sentimos que el balance vital que hace es impresionante. Se convertirá en su compañero, en su asesor, en su enfermero, en su distracción, en su consuelo, y será así hasta el final, de manera que el propio autor ha explicado que ordenar toda esa malgama de sentimientos encontrados, llevarlos al papel, convertirlos en palabras, -esa herencia de su madre-, es lo que por fin facilitó esa comprensión.

   Hay dos personajes centrales pero no podemos olvidar que en torno a ellos pululan otros que seguro jugaron un papel importante, pero que aquí aparecen sólo tangencialmente y sólo son necesarios para que todo resulte más creíble, o porque explican determinados aspectos de lo que realmente importa que es la relación habida entre su padre y él, algunos son: su madre, sus abuelos, la segunda mujer de su padre,-a la que siempre designa como “la amiga que conoció en Brasil” y por la que siente un profundo rechazo que se percibe ya desde el cómo la nombra-. El autor no entra en ellos, son comparsas de los que no sabremos apenas nada salvo aquellos aspectos que intervinieron en la relación de ambos. El narrador quiere un “cara a cara” con su padre y elude cualquier interferencia de forma que es su punto de vista el único que aparece.

   Pero nada de todo lo dicho es lo más sobresaliente de este conmovedor y estremecedor libro. Con un exquisito estilo y una prosa cuidada, transmite su realidad tal y como él la vivió, hasta el punto de que podríamos hablar de impudor pero le salva precisamente el hecho de ser una novela. Es decir, no inventa pero no transmite su realidad de forma intimista sino que la reelabora con un lenguaje altamente literario y es esto, decíamos, lo que le permite alejarse de lo obvio, de lo sentimental, de lo patético, de lo íntimo, y el resultado es emocionalmente comedido, sin ningún exceso. Juega perfectamente con recursos reiterados como las anáforas, -muy abundantes-, y las epíforas con las que repite insistentemente aquello que le interesa en especial. Con la misma maestría  hace lo mismo con los distintos ritmos, de manera que pasa del párrafo largo y detenido a la frase cota de apenas unas palabras, utilizando además la puntuación de manera muy significativa. Además, a este carácter literario contribuyen también las muchas reflexiones sobre cuestiones casi técnicas: cómo escribir el libro, desde qué perspectiva contarlo, cómo se va gestando el proceso creativo.

   En fin, novela o autoficción, -da lo mismo su clasificación-, absolutamente dura y tierna, sincera y muy recomendable.


Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:




domingo, 16 de abril de 2017

DEXTER, Pete, “Paris Trout”, Anagrama, Barcelona, 1992.

   

  Desconozco el término psiquiátrico que pudiera definir la personalidad y la conducta abiertamente patológicas del protagonista que da nombre a la novela, pero aun siendo esto clave en el desarrollo de la misma, no lo es menos la visión rápida y certera que Dexter nos da sobre el comportamiento social en una pequeña ciudad en el estado de Georgia, al sur de los EEUU, en los años 50, donde casi todo está corrompido y donde sus individuos carecen de toda moralidad.

   Paris Trout es una especie de avaro prestamista que ha hecho mucho dinero con toda una serie de negocios que, se supone, no son muy limpios. Sin escrúpulos, es un déspota violento que no respeta la ley y que quiere imponer la suya a todos los que le rodean, en especial a los más débiles como son los negros que viven marginados en barrios de la ciudad. Es a ellos a los que presta dinero y vende cosas diversas, a los que estafa y con los que se comporta como un auténtico despiadado. La novela arranca con una deuda, -que no es tal-, que un joven negro, -Henry Ray-, ha contraído con él. Se desplaza, armado y acompañado de una especie de matón que trabaja para él, hasta la casa de aquel y allí dispara repetidas veces contra una adolescente de color, Rosie Sayers, así como contra la madre del joven, Mary McNutt. Pocos días después, la joven negra muere a consecuencia de las heridas y Paris Trout es juzgado. En esos días aparecerán en escena personajes importantes como su esposa Hanna (antigua profesora del estado que dejó su profesión para casarse y que mantiene con él una extraña relación de amor-odio); su abogado, Harry Seagraves (hombre importante de la ciudad, casado con el prototipo de mujer objeto con la que no tiene hijos; individuo atractivo; un tanto cínico gracias a lo que acepta ser el defensor de Mr. Trout aunque sienta por él una cierta repulsión. También el fiscal Ward Tornes, que juega con una ambigüedad que le hace moverse entre su ética profesional y los compromisos, -siempre inmorales-, que tiene contraídos con algunos individuos de la ciudad. Visto desde nuestra perspectiva el juicio es una pantomima cuyo resultado es una condena de tres años, -que se verá reducida a seis meses-, en una penitenciaria del estado, pero la condena parece excesiva a Mr. Trout que con un despotismo absoluto defiende que él sólo velaba por sus intereses y que los testigos han cometido perjurio. Pone en marcha todo su poder, que es exclusivamente económico, y compra por veinte mil dólares un habeas corpus a un juez corrupto. Paralelamente y mostrándose como lo que es, un canalla, iremos viendo cómo su comportamiento entra en una espiral de locura a consecuencia de la cual viola a su mujer, la maltrata sistemáticamente y se comporta como un auténtico psicópata. Hanna Trout, después de vivir con él unas semanas en un estado de pesadilla, consigue que se vaya de la casa común y será en ese tiempo cuando inicie una relación sentimental con el abogado Harry Seagraves, que no es sino la respuesta por parte de ambos a una vida llena de frustraciones, soledades y deseo sexual de ambos. Un nuevo abogado, el joven Carl Bonner, entrara en escena cuando llegue a la ciudad y Hanna Trout le encargue el caso de su divorcio, divorcio que su marido le niega en repetidas ocasiones. Llegado un momento Paris Trout rapta a su madre, enferma en una silla de ruedas y, pertrechado de pistolas y abundante munición, se encierra en el Palacio de Justicia. Allí matará a su madre, con la que tenía una relación patológica y asesina igualmente a los dos abogados, Henry Reagraves y Carl Bonner, para acabar después pegándose un tiro. Cuando abren su caja fuerte descubren que está llena de botellas de su orina así como de sobres con restos de uñas cortadas, con el fin de ser utilizado a su muerte para demostrar que había sido envenenado. Su mujer vende la casa y se marcha de la ciudad pero ya nunca volverá a ser la misma porque en sueños oye la voz de su marido pidiéndole ayuda.

   Estamos ante una ciudad llena de corruptos y cobardes, donde lo que importa es el dinero, la corrupción, las tradiciones familiares y donde la justicia procesal y penal dejan mucho que desear. Una ciudad que condenó sólo a medias un asesinato por haber sido realizado en la persona de una niña negra, por alguien a quien la ciudad teme y al que permite que vaya desarrollando un proceso de locura y violencia que dejará muchas víctimas tras de sí.

   Una abierta crítica a la sociedad sureña americana realizada con un estilo limpio y sobrio en el que no sobra nada y con el que el autor nos conduce a un final que no puede ser sino demoledor.


Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:



sábado, 8 de abril de 2017

CONRAD, Joseph, “El corazón de las tinieblas y otros relatos” Valdemar, Madrid, 2006.





   Tres relatos. En “Juventud”, Marlow cuenta su primera expedición a Oriente. El viaje estuvo lleno de avatares y acabó con un incendio a bordo que dio al traste con todo aunque, efectivamente él llegara a Oriente en unas pequeñas lanchas de salvamento que permitieron eso, salvar a la escasa tripulación que viajaba en ese barco decrépito, al mando del no menos decrépito capitán Beard. El barco se llamaba Judea, había estado mucho tiempo en una dársena y, lógicamente estaba ”roñoso y lleno de polvo”. El viaje es toda una metáfora de la iniciación a la vida en la que todo vale y sólo cuentan los objetivos, el instinto y fuerza que mueven al individuo a conseguirlos. Puede reflejar la reconstrucción de la experiencia personal de Conrad, aunque ésta fuera bastante más austera que la que se plasma en el cuento, en la que el protagonista, -Marlow-, consigue el objetivo de llegar a Oriente, aunque en el camino haya perecido el Judea, quedando sepultado después de un tremendo incendio en alta mar. Después, ya con cuarenta y dos años, Marlow reflexionará sobre este viaje y recordará que en su juventud, aquel barco significó mucho más de lo que en realidad era, un barco desvencijado que transportaba carbón por aquellos caminos de Dios.

   En “El corazón de las tinieblas”, Marlow recordará otro viaje bien distinto, aquel que le llevará a lo más profundo de África y del ser humano, aquel que le pondrá en contacto con lo más salvaje, primitivo y auténtico de la jungla africana y del individuo. Este individuo tiene un nombre, -Mr. Kurtz-, y siendo inglés de nacimiento se adentró y perdió por aquellas selvas buscando la satisfacción de una ambición material, -el marfil- hasta perder la razón cuando entra en contacto con el misterio de la vida en su lado más oscuro y salvaje ("Apocalispsis Now") y convertirse en una especie de reyezuelo déspota y miserable, temido y adorado por los indígenas y extraño ya para los hombres de la compañía inglesa para la que trabajaba. Marlow, contratado por esta compañía  afincada en la zona, será el encargado de guiar un barco por el río Congo, en el que adentrándose en plena jungla y misterio recogerá a este individuo en las cataratas Stanley para que muera ¿dignamente? fuera de todo ese mundo que prácticamente le ha hecho perder la razón.

   Este segundo cuento resulta absolutamente críptico y, por tanto, interpretable desde diversos puntos de vista. Narrativamente es de comprensión difícil, no resultando clara la historia y mucho menos la del atormentado y siniestro Kurtz. Priman las continuas reflexiones y digresiones de Marlow y la lectura se hace severa y difícil. Queda, eso sí, la convicción de Conrad de que “la barbarie es vida, mientras que el proceso de la propia civilización es muerte”. La seguridad de este pensamiento lleva a Kurtz a la locura y a Marlow a la continua reflexión en ese viaje en el que descubre la maldita herencia de la civilización. Londres significa la luz y la civilización pero Kurtz primero y Marlow después descubrirán que la auténtica luz no está sino en el corazón del África central donde todo se encuentra en un estado primitivo. El viaje de Marlow no es sino un viaje hacia la historia, hacia el origen:”Éramos vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía todo el aspecto de pertenecer a un planeta desconocido”.

   No hay que descuidar, además, la crítica abierta de Conrad a la vil explotación económica que el rey Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo en el Congo a finales del S.XIX, quien organizó un sistema que sólo podía traer como resultado la aniquilación de un importante número de población indígena. El mismo rey que decidió que quería sólo para él una buena porción de todas las delicias que prometía el continente africano.

   En “En la últimas” nos presenta Conrad a un capitán de barco, llamado Whalley, que cuenta ya con setenta años y que está por tanto en plena vejez. Físicamente es un hombre imponente, apuesto y elegante que rebosa salud, y psicológicamente es un hombre honrado con un acendrado sentido de la dignidad. Viudo, tiene una hija en Australia a la que adora y por la que daría la vida. Whalley ha sufrido un revés económico, ha perdido todo su dinero y sólo le queda el barco. Cuando su hija le pide ayuda económica para sacar adelante a su familia, él no duda en vender lo único que le queda para enviarle el dinero que le ha solicitado. Lo que le sobra lo invertirá en un contrato con un naviero canalla, -Mr. Massy-, mediante el cual trabajará como capitán durante tres años, al final de los cuales le devolverá las quinientas libras, -todo lo que le queda-, que le presta. Cuando pase ese tiempo, ese dinero irá íntegramente a las manos de su hija.

   Ya como capitán del Sofala, -que así se llama el barco-, irá bordeando la costa occidental de la península de Malaca (actuales Birmania, Singapur, Tailandia...). En este tiempo conoce a Mr. Van Wyk, un holandés productor de tabaco, que se ha establecido en la jungla y que rápidamente sabe valorar la calidad humana de Whalley. Se harán amigos y el capitán le cuenta su drama: se está quedando ciego y como el miserable Massy lo descubra, rescindirá el contrato y él se quedara no sólo sin trabajo sino sin el dinero que tan celosamente está guardando para su hija como última ayuda. Por otro lado, sabemos que el segundo oficial del barco, -llamado Sterne-, lo ha descubierto y está intrigando para contárselo al naviero porque quiere él ocupar el puesto de Whalley. El viejo capitán, pues, al final de su vida tiene que recorrer un camino duro en el que todos los que le rodean quieren hundirle...Malos tiempos para la buena gente. El final se precipita cuando Massy decide hundir su propio barco provocando un naufragio, para no tener que devolverle las quinientas libras y cobrar él la póliza del seguro. Lo consigue colocando una chaqueta, con los bolsillos repletos de trozos de hierro, al lado de la aguja de marear, para cambiar así el rumbo del barco sin que nadie se dé cuenta. Whalley, ciego ya, descubre el sabotaje demasiado tarde, instantes antes de que se estrelle contra unos arrecifes. Todos saltan a una lancha y, en el último momento, Whalley se siente abandonado por Dios. Sí, había mentido en el contrato por su amor de padre, había engañado, y entonces toma conciencia de que no tiene nada; acaba de  perder las quinientas libras que guardaba para que su hija pudiera ser un poco feliz; está completamente ciego y le ha abandonado hasta su propio pasado honroso, siempre fiel a la verdad; “su vida inmaculada se había despeñado en un abismo”. Es el momento en que decide hundirse con el barco.

   Sabremos que, después de la investigación, Massy ha cobrado su seguro y se ha marchado a Manila a gastárselo en su pasión: el juego. Mr. Van Wyk sabrá lo ocurrido por el propio Sterne y conoceremos, por fin, a la hija de Whalley quien recibe una carta de un abogado junto con otra de su propio padre en la que ambos le comunican su muerte. Ella, agotada por una vida de miseria y privaciones, parece no poder sentir demasiadas emociones. Final tristísimo.

   El libro en su conjunto es duro. En cualquiera de los tres cuentos hay mucho más de lo que presenta la historia. El lector tiene la sensación de que hay mucha metáfora escondida de la que no puede prescindir si no quiere hacer una lectura simple. Conrad presenta una profunda reflexión sobre el ser humano, sobre la civilización, sobre el advenimiento de nuevos tiempos y la definitiva muerte de otros. Ante todo ello brota el pesimismo, la desconfianza en el hombre y la evidencia de sus miserias y limitaciones.

   “El protagonista cruzaba la vacía soledad de los mares en el primer relato, se internaba en un río lleno de escollos y meandros en el segundo, un río en el que a pesar de las orillas ya no resultaba imposible perderse, y llegaba a la vejez para recorrer una ruta que se sabía de memoria, pero que estaba llena de islas traicioneras y arrecifes ocultos” (p.31 del prólogo)

   Muy recomendable.


Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace:


domingo, 2 de abril de 2017

TENA, María, El novio chino, Fundación José M. Lara, Sevilla, 2017


   
   Dos culturas bien distintas, la oriental (China concretamente) y la occidental (española, también concretamente); dos hombres también muy distintos: el español Bruno Gracia y el chino Wen (Jhon es el nombre que adopta); dos espacios, uno presente siempre (Shanghái) en el que se desarrollan los seis meses que dura la Exposición Universal celebrada en esa ciudad en el 2010, y otro evocado (Sevilla) en el que nació y vive Bruno.

   Bruno y Wen son los dos protagonistas. Bruno es un hombre de mundo; ronda los cincuenta; es un perfecto relaciones públicas, cuida su imagen y su presencia social; tiene en Sevilla un poder mediático importante y es el Jefe de Protocolo de la Exposición Universal de Shanghái; es gay y un tanto promiscuo en sus relaciones personales. Ha huido de Sevilla dejando atrás un proceso judicial al que le ha llevado el engaño de un antiguo amante, aristócrata y señorito andaluz. Huye también de la ruina y la soledad que, inexorablemente, le esperarán a su vuelta. Wen es un joven chino de la provincia de Henan, de origen campesino y nacido en una familia tradicional en la que su madre y él sufren la brutalidad de un padre que los maltrata sistemáticamente. Con veintidós años, Wen huye de esa miseria y se marcha a Shanghái. En un principio es dulce, desvalido, asustadizo y en Shanghái está solo y a punto de morir de hambre.

   Estos dos seres tan dispares se van a encontrar de forma casual y  entre ellos va a surgir el amor en una ciudad donde el lujo y la pobreza extremas coexisten y definen escenarios llenos de contrastes. Todo será complicado pero lo que inicialmente es sólo sexo va poco a poco convirtiéndose en un sólido sentimiento. Los dos están huyendo, uno de las deudas y posiblemente de la cárcel, de la edad, de la soledad; otro, de la miseria y brutalidad seculares y también de la soledad. Protagonizan momentos intensos pero el tiempo va pasando y llega el final de la Exposición y con él, el de la historia de amor de ambos y la separación, después de que Bruno, a través de sus contactos en Shanghái, le haya buscado a Wen un buen trabajo. Bruno vuelve a España, Wen se queda en Shanghái y, transcurridos dos años, vuelven a encontrarse en Madrid, cuando Wen viene a visitarlo. El mundo de la piel y del sexo se recupera fácilmente pero se impone la realidad y el presente de uno y de otro que son ahora bien distintos de lo que fueron en la mágica Shanghái. Este presente y todo lo sucedido en estos dos años sorprenderán al lector quien sabrá hasta qué punto han cambiado sus vidas durante ese tiempo. Al final todo acaba como tiene que acabar y el final es quizá lo mejor de la novela.

   Atrapa en esta novela fundamentalmente el estilo. Todo está escrito como a ráfagas, a brochazos que saltan de unos aspectos a otros, de unos tiempos a otros. La frase es corta, la sintaxis sintética, el estilo rápido y, como dice su autora, “muestra más que explica”. No hay ningún lastre y la concisión lingüística es absoluta. Las prolepsis y analepsis son continuas y audaces y, unido esto a las omisiones, dan un ritmo rápido a la narración, aunque a veces resulta excesivo porque no siempre se entiende de quién se está hablando y, mucho más cuando el lenguaje utilizado es claramente poético, con abundantes metáforas y prosopopeyas que embellecen, sin duda, las descripciones, tanto de espacios como de estados de ánimo.

   Por otro lado, quiero resaltar la inverosimilitud en muchos momentos del argumento, es decir, hay muchas situaciones en lo que se refiere a los dos protagonistas, que son difíciles de creer. Hay, además, una cierta frivolidad en cómo se cuenta todo, sobre todo en lo que se refiere a la personalidad y forma de vida de Bruno, cuajada de tópicos en las citas de marcas de ropa y perfumes, en las descripciones de los encuentros sexuales, en el lujo que le rodea y en la miseria de Wen...

   En fin, es una novela entretenida que se lee sin dificultad pero irregular en sus logros.

Puedes comprar el libro haciendo click en este enlace: