Un hijo habla de su padre cuando éste ha muerto.
Tema universal, porque si bien no todos los hombres son padres, todos son hijos
y, además eso que se llama “ley de vida” hace que una gran mayoría asistamos a
la muerte de nuestro padre. Quizá la
universalidad del tema de esta novela,-si es que es una novela-, explica por
qué no aparecen nombres propios en ella, contribuyendo así a que cualquier
lector se identifique o se proyecte en ella además de,-suponemos-, para
preservar el anonimato de sus personajes. A la muerte de su padre han escrito
muchos autores y el propio Marcos Giralt Torres nos da algunos títulos que él
leyó cuando murió el suyo, como el de Kafka, Pamuk, Simenon, Simone de Beauvoir
o Hector Abad, sin embargo, éste resulta muy especial.
En
absoluto es necesario saberlo para la comprensión del libro y en nada cambia su
lectura, pero si puede aportar alguna luz que sepamos que Marcos Giralt
Torrente es hijo del importante pintor español Juan Giralt, -formado en la
década de los setenta y con una importante obra realizada hasta el momento de
su muerte en febrero de 2007-, y nieto del escritor G. Torrente Ballester.
Narrado
en primera persona,-como no podía ser de otra forma-, el autor y narrador hablan de la relación complicada que mantuvo con su padre hasta el momento en que la
gravedad de un cáncer les hizo ver que no les quedaba mucho tiempo de vida en común. En ese momento
todo empieza a cambiar y es aproximadamente un año más tarde de su muerte
cuando decide escribir este libro. Esas dos etapas marcan implícitamente dos
partes en el libro. En la primera hay un continuo “yo acuso” hacia la figura de
un padre que, salvo en los primeros años de la infancia, siempre estuvo ausente,
y con el que mantuvo una relación intermitente plagada de desencuentros a
partir del momento en que se separa de su madre y se deja influir por una nueva
pareja. Hay en el narrador rencor, rebeldía, resentimiento. Le acusa “de no verme lo suficiente, de no llamarme
lo suficiente, de no acordarse de mis cumpleaños, de no hacerme regalos, de
desaparecer cuando sabe que las cosas a mi madre y a mí nos van mal, de
veranear y viajar cuando yo no veraneo ni viajo, de incumplir sus promesas, de
considerar que tiene más razones para quejarse que yo, de creerse disculpado
por ellas, de conformarse, de pretender que yo asuma sus renuncias, de verme a
escondidas, de regalarme cosas a escondidas, de delegar en mi madre todo lo que
a mí respecta...”. La lista de agravios es muy larga y, sobre todo, no comprende
por qué las cosas discurrieron así ni por qué su padre se plegaba a todo lo que
su nueva mujer le decía en detrimento de él. Sin embargo quiere profundamente a
su padre y siente por él una gran admiración hasta el punto de que se compara
con él y dice haberse quedado con lo peor pese a que tienen mucho en común: los
dos melancólicos, coléricos, tímidos, inseguros, sentimentales, escépticos,
pesimistas, solitarios, sobrios, estoicos, soñadores, cariñosos, vulnerables,
compasivos...pero “él más hedonista, más
desprejuiciado, más curioso, más voraz, más viril; yo más dúctil, más
camaleónico, más resabiado, más fuerte, más capaz, más independiente. Menos
herido”. Es una continua confrontación de amor y odio, de deseo y rechazo,
en definitiva lo que quiere es sentirse querido por él y que se lo demuestre.
Mientras, la segunda
parte es claramente distinta. Concentrada en un período de tiempo mucho más
breve, la narración es también más demorada, más intensa y profunda. La enfermedad
les une lentamente. Desde el principio se acercará al padre y van limándose los
desencuentros. Los sentimientos y las situaciones son minuciosamente analizados
y parece que el hijo empieza a comprender. Es en ese momento cuando sentimos
que el balance vital que hace es impresionante. Se convertirá en su compañero,
en su asesor, en su enfermero, en su distracción, en su consuelo, y será así
hasta el final, de manera que el propio autor ha explicado que ordenar toda esa
malgama de sentimientos encontrados, llevarlos al papel, convertirlos en
palabras, -esa herencia de su madre-, es lo que por fin facilitó esa
comprensión.
Hay dos personajes
centrales pero no podemos olvidar que en torno a ellos pululan otros que seguro
jugaron un papel importante, pero que aquí aparecen sólo tangencialmente y sólo
son necesarios para que todo resulte más creíble, o porque explican
determinados aspectos de lo que realmente importa que es la relación habida
entre su padre y él, algunos son: su madre, sus abuelos, la segunda mujer de su
padre,-a la que siempre designa como “la
amiga que conoció en Brasil” y por la que siente un profundo rechazo que se
percibe ya desde el cómo la nombra-. El autor no entra en ellos, son comparsas
de los que no sabremos apenas nada salvo aquellos aspectos que intervinieron en
la relación de ambos. El narrador quiere un “cara a cara” con su padre y elude
cualquier interferencia de forma que es su punto de vista el único que aparece.
Pero nada de todo lo
dicho es lo más sobresaliente de este conmovedor y estremecedor libro. Con un
exquisito estilo y una prosa cuidada, transmite su realidad tal y como él la
vivió, hasta el punto de que podríamos hablar de impudor pero le salva
precisamente el hecho de ser una novela. Es decir, no inventa pero no transmite
su realidad de forma intimista sino que la reelabora con un lenguaje altamente
literario y es esto, decíamos, lo que le permite alejarse de lo obvio, de lo
sentimental, de lo patético, de lo íntimo, y el resultado es emocionalmente
comedido, sin ningún exceso. Juega perfectamente con recursos reiterados como
las anáforas, -muy abundantes-, y las epíforas con las que repite
insistentemente aquello que le interesa en especial. Con la misma maestría hace lo mismo con los distintos ritmos, de
manera que pasa del párrafo largo y detenido a la frase cota de apenas unas
palabras, utilizando además la puntuación de manera muy significativa. Además,
a este carácter literario contribuyen también las muchas reflexiones sobre
cuestiones casi técnicas: cómo escribir el libro, desde qué perspectiva
contarlo, cómo se va gestando el proceso creativo.
En
fin, novela o autoficción, -da lo mismo su clasificación-, absolutamente dura y
tierna, sincera y muy recomendable.
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